
Las realidades sociales con las que se interactúa en el mundo han sido diseñadas por lo masculino y para ello, con espacios establecidos y atributos específicos como la del hombre trabajador, con características propias de proveedor y protector absoluto; invadieron de manera engañosa y tóxica la cotidianidad humana, logrando un impacto tan fuerte, que llegaron a ser consideradas como verdades absolutas e inamovibles “la aceptación sin crítica de “lo que es” como “natural” puede resultar intelectualmente fatal” (Nochlin en Cordero, 2007, p. 18); llevando a establecer parámetros fijos de interacción social, que se tornaron crueles y excluyentes, a tal punto de convertirse en promotores de la invisivilización de la mujer dentro de la historia del arte.
Historia que niega la feminidad, fortaleciéndose en la escritura y divulgación de una idea distorsionada de lo que es el arte y de quién es el artista; dejando sin validez la naturaleza de la sociedad que da origen al arte, asumiéndolo como algo mágico e inexplicable, naciente de una expresión personal e individual de emociones, del que vendría a ser considerado como el centro de la creación, un ser de género masculino, bautizado como el artista: “Quien es presentado como un personaje ideal, inefable, que contribuye a complementar los mitos burgueses de un hombre universal y desclasado” (Pollock en Cordero, 2007, p.48).

Ideas que permitieron ratificar el concepto del artista como genio, como ser grandioso y portador exclusivo de creatividad; dejando a todo lo relacionado con lo femenino, el deshonroso lugar de ser considerado como algo extraño, negativo y secundario, que sólo podía ser nombrado con desprecio, como estrategia para reafirmar el poder y la dominación masculina.
Pero no fue suficiente con la mirada peyorativa hacia el trabajo femenino, lo que logró consolidar al “genio” dentro del mundo del arte, se necesitó la implementación de la discriminación como arma letal de eliminación de la mujer de las líneas del discurso artístico. “No hay duda de que las mujeres son marginales a la práctica artística modernista, misma que se ha convertido en la estética dominante en este siglo” (Wolff en Cordero, 2007, p. 96). Llevándolo a tal punto de pretender excluirlas de su concepción de sí mismas.

Exclusión evidente en el acceso restringido a las academias de arte, en las cuales, se transmitía un legado impartido desde la Antigüedad, donde se daba por hecho la incompatibilidad entre mujer y arte. Siendo evidente este postulado a través de las palabras escritas por Boccaccio en el año 1370 sobre algunas mujeres famosas “Pensé que estos logros merecían alguna alabanza, pues el arte es muy ajeno a la mente femenina, y estas cosas no pueden conseguirse sin una gran dosis de talento, que en las mujeres es usualmente muy escaso” (Pollock en Cordero, 2007, p.71)
Con ideas como éstas, transmitidas de generación en generación, sin dar espacio para la confrontación o la duda, se siguieron conformando un sinfín de barreras que relegaban, no sólo a las mujeres que se quedaban por fuera de las academias, sino a las que lograban participar de las clases de educación artística.

Una de las más significativas fue la restricción a las clases de anatomía, en las que se hacía la representación del desnudo, considerado como la base del “mejor arte”. Con ello, las mujeres eran condenadas a no participar en el arte llamado en su momento “elevado”, quitándoles la posibilidad de realizar sus propias representaciones del mundo. Dejando como única opción de estudio los géneros considerados débiles, como el retrato, la naturaleza muerta y el paisaje. En esta evidente construcción y separación de identidades entre el hombre artista y -su negativo, lo que este no es- la mujer artista, se reafirmaba la hegemonía masculina en el ámbito artístico, a nivel de lenguaje y prácticas.

Esta organización de espacios, actividades y roles, funcionaba perfectamente para los interesados, es decir, para el género masculino, llevándolo a estar completamente centrado y fortalecido en el gran poder conseguido, impidiéndoles percibir e imaginar que en la mente de las mujeres se comenzaba a gestar una inconformidad por lo ya establecido, por el lugar sin creatividad e iniciativa, del que sólo se podía esperar que el destino le diera forma a la realidad y al futuro ya escrito e inamovible.
Bibliografía
Cordero, Karen. (2007). Crítica feminista en la teoría e historia del arte. México: FONCA.
Imagen de portada: Tu cuerpo es un campo de batalla – Barbara Kruger – 1989